lunes, 6 de febrero de 2017

La capacidad de decidir lo contrario


¿Con qué relacionarías la libertad?
a) Naturaleza, extensión, espacio, profundidad, facilidad para moverme a cualquier lado.  
b) Tiempo, poder, dinero, capacidad de tener lo que quiero.c) Decisión, elección, responsabilidad, posibilidad, aptitud.
Mil descripciones cubren a una sola palabra, porque cada individuo atribuye al significado sus sensaciones y experiencias personales.
Libertad y amor quizá sean los términos más evocadores de la lengua; tratemos de encontrar, en este caso, puntos comunes para el primero de ellos.
La libertad tiene una connotación popular positiva. No obstante, el Diccionario de la Real Academia Española va más allá de impresiones como “tiempo”, “extensión” o “poder” y le atribuye cualidades de trascendencia moral; la define en primera instancia como la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. O sea
  1. La libertad es intrínseca al ser humano, es una cualidad que lo diferencia del resto de seres vivos,
  2. implica decisión y, por tanto, a la razón.
  3. La consecuencia de la elección tomada responsabiliza únicamente al que actúa de esa determinada manera ante una situación concreta. 
  
Como vemos, la libertad se vive individualmente, así como sus requerimientos: decisión, voluntad y responsabilidad. Por cierto, la idea que tenemos de las palabras se relaciona con el uso que se le ha dado a lo largo de la historia. Así pues, ¿en qué momento adquiere libertad dicho significado?
Ni más ni menos que en el segundo cero de la cronología humana, en el principio de todas las cosas: Dios creó por amor y es Amor. Y sea cual sea la concepción que cada cual tenga de él, nunca se entiende sin libertad. A nadie se le puede obligar a amar. Por esa misma razón, el Creador no puede privar a las personas de libertad aunque eso “les libre” de pecar. O mejor dicho, él es omnipotente para salvarnos a todos -incluyendo la cualidad de pasar por alto la decisión de los que quieren que su historia termine en esta Tierra (tal y como la conocemos)-; pero limita voluntariamente su poder al permitirnos decidir cómo conducir nuestra vida (aunque no adquiera la perfección que él desea). 
Continuemos el relato: Ante la opción de una vida perfecta, sin dolor y en armonía con Dios, un poderoso ángel decidió lo contrario. Satanás “jugó” irresponsablemente con su libertad y se opuso al que se la había concedido. El plan de Dios no era que este mundo se echara a perder, pero cuando aquel ángel rebelado les propuso a Adán y Eva coger el fruto del árbol de la ciencia del bien y el mal, sucumbieron en lugar de decidir lo opuesto (en este caso, no probarlo -que es lo que el Señor había indicado-). Eran libres de comer o no la fruta, pero una vez se la habían zampado no eran libres de colocarla de nuevo en el árbol.

Tú y yo vivimos las consecuencias de aquella decisión desde que nacimos; la Biblia lo resume en un momento dado como “en Adán todos mueren” (1 Corintios 15:22), pero no se queda ahí la cosa. Para ampliar la libertad de los seres que jamás hemos conocido la perfección (lo opuesto al sufrimiento, la degradación y el dolor), el Creador puso en marcha el plan de salvación para que, ante el aparente e inevitable desenlace de la muerte, tengamos la opción de elegir a su antónimo: Vivir para siempre, conocer la perfección. “…en Cristo todos volverán a vivir”, resuelve el versículo anterior -“todos” alude a los que quieran, claro-. Para eso vino Jesús al mundo, para “buscar y  salvar lo que se había perdido” (Lucas19:10).
Así como la libertad se practica individualmente, la decisión de decir “sí” al rescate que Cristo ofrece se razona personalmente. ¿Cómo vas a usar tu libertad?

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